Cuba: Antonio Maceo, nacido hace 166 años para ser inmortal

(Foto: Paco Azanza Telletxiki)

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Antonio Maceo Grajales nació el 14 de junio de 1845 en Santiago de Cuba, una ciudad que un año después su censo poblacional alcanzó los 24.005 habitantes -9.610 eran blancos; 9.396 libres de color; y 4.999 esclavos-. La ciudad oriental, fundada en 1515 por el conquistador español Diego Velázquez, fue la primera capital de la Isla hasta 1556. A la llegada al mundo de Antonio Maceo, vivía un proceso de desruralización, gracias, en parte, al desarrollo logrado por la economía plantacionista que a partir de los años treinta se hubo adoptado. También la extracción cuprífera y su condición portuaria contribuyeron de manera positiva a la modernización de Santiago de Cuba.

Durante su niñez, la educación de Maceo estuvo a cargo de los maestros Mario Rizo y Francisco y Juan Fernández. Fue creciendo. Tenía dieciséis años cuando comenzó a administrar una finca de Marcos Maceo, su padre. Después se casó con María Cabrales; era 15 de febrero de 1868 y faltaban menos de seis meses para que se “escuchara” bien alto en toda la Isla el “Grito de Yara” -10 de octubre de 1868-. Plenamente consciente de la discriminación social existente, Antonio Maceo había forjado muy tempranamente una conciencia independentista. Él siempre permaneció al tanto de la política exterior del Gobierno español, y conocía la labor conspirativa de la logia masónica de su padrino Asensio Asencio. Encomendado por éste y Exuperancio Álvarez, Maceo realizó diversos trabajos políticos durante aquellos años. Hasta que el 25 de octubre de 1868, 15 días después del citado alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua, el joven Antonio –tenía entonces veintitrés- se pronunció en la finca La Delicia contra la colonia española y, acompañado de su padre, Marcos, y varios de sus hermanos [1] juró ser fiel a la bandera cubana. Según testimonio de María Cabrales, Mariana Grajales, la madre de Maceo, hizo que toda la familia jurase lealtad a la Patria ante la imagen de un Cristo crucificado, a quien consideró el primer liberal en la historia. Los Maceo no se alzaron solos, unos 800 hombres de la zona también ingresaron con ellos en las filas del Ejército Libertador y se adentraron en la manigua. A partir de ese momento, comenzó a protagonizar de manera ejemplar uno de los pasajes más importantes de la historia de Cuba.

Antonio Maceo inició su actividad militar como soldado, pero pronto, el 11 de diciembre, fue ascendido a capitán abanderado. El 11 de enero de 1869 participó de destacada manera en el ataque a Mayarí, y, como días después -el 26- en el ataque a Guantánamo también su participación fue sobresaliente, obtuvo el grado de comandante. A partir de ese momento y al frente de su regimiento, siempre se le confió los lugares de mayor responsabilidad. Como todos sabemos, Maceo alcanzó los galones de Mayor General, una graduación ganada con todo merecimiento, sin duda.

No trataré de nombrar cada uno de los combates en los que Maceo hubo participado, ya que, por largo, sería un ejercicio agotador, y además lo considero innecesario. Sí añadiré, sin embargo, que, entre la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y la Guerra Necesaria (1895-1898) –una suma de once años y tres meses para Maceo, aproximadamente-, éste participó en unas 1.100 acciones combativas. Fue protagonista, además, en tres de las invasiones más importantes llevadas a cabo por los mambises en las guerras de independencia contra los españoles. Me estoy refiriendo a la Invasión a Guantánamo, en 1871; la iniciada en octubre de 1876 desde Sagua de Tánamo hasta Baracoa. Y, finalmente, la más conocida: la Invasión de Oriente a Occidente, que comandó con Máximo Gómez; ésta última en la mencionada Guerra Necesaria del 95.

Antonio Maceo desembarcó con su hermano José, Flor Crombet y unos diecinueve combatientes más por Duaba –actual provincia de Guantánamo- el primero de abril de 1895, y, partiendo el 22 de octubre del mismo año, la ruta que siguió para invadir Occidente fue desde Mangos de Baraguá, provincia oriental de la Isla, hasta Mantua, extremo occidental. Recorrió durante 92 días, bajo continuos combates contra el enemigo, unos 1.700 kilómetros de marchas y contramarchas. Para ello debió atravesar la trocha de Júcaro a Morón y la de Mariel a Majana, más complicada de cruzar ésta última por su corta distancia -32 kilómetros de largo- y su cercanía a la capital. Valga añadir que, para llevar a cabo la invasión, el Ejército Libertador contaba con la cifra de 2.000 a 4.000 combatientes –ésta última sólo se alcanzaba sumando las fuerzas de Maceo y las de Gómez-, mientras que, para rechazarla, los 42 generales del ejército colonialista español disponían de unos 200.000 soldados con armas e infraestructura lógicamente muchísimo más sofisticadas. Es importante recordar que la metrópoli, despojada de sus colonias en tierras americanas –Cuba y Puerto Rico fueron las últimas que perdió-, concentró contra los independentistas cubanos toda su fuerza militar, además de un inmenso resentimiento por todas las pérdidas encajadas.

Un acontecimiento de lo más glorioso de la historia de Cuba fue la Protesta de Baraguá; así se lo hizo saber  José Martí, desde Nueva York y en carta fechada el 25 de mayo de 1893, al propio protagonista. Antonio Maceo se reunió en Mangos de Baraguá –hoy provincia de Santiago de Cuba, entonces de Oriente- con el general en jefe del ejército colonial español, Antonio Martínez Campos. El encuentro tuvo lugar el 15 de marzo de 1878, y Maceo no aceptó lo pactado en el Zanjón, rechazando la propuesta de paz –sin independencia ni abolición de la esclavitud- realizada por el general español. Aquel gesto histórico supuso una implacable lección de cómo nunca se debe realizar pactos indignos con el enemigo –así lo entendió Fidel-, y pasó a ser un símbolo de la rebeldía nacional cubana de todos los tiempos.

Antonio Maceo no fue solamente un excelente guerrero, también fue hombre de ideas políticas ciertamente avanzadas. Una vez más, las palabras de José Martí corroboran dicho criterio, ya que no por gusto dijo de Maceo: “tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo”.

Maceo no participó de manera directa en la Guerra Chiquita (1879-1881), ya que no pudo incorporarse a la manigua, pero ésta guerra y la del 68 supusieron importante fuente para su formación. Durante el período de entre guerras nunca perdió el contacto con el movimiento revolucionario, y maduró notablemente su pensamiento político, como demuestran los numerosos documentos que recogen sus concepciones respecto a los problemas de Cuba y la manera de afrontarlos. Maceo no buscaba un mero cambio de personal en las instituciones, sino que insistía en que el futuro de la Isla no debía ser otro que el una república democrática, una verdadera revolución. Cuando se hubo incorporado al proyecto independentista del 95, dirigido por el Partido Revolucionario Cubano y su Delegado, José Martí, Maceó ya era plenamente consciente de la necesidad de que una organización o partido unificara a todos los patriotas, como premisa indispensable para afrontar con garantías de éxito el necesario enfrentamiento con los colonialistas. De hecho, a finales de 1898 y aprovechando la coyuntura histórica –los yanquis ya habían metido las narices donde no debían y Tomás Estrada Palma, acérrimo anexionista, se había adueñado de la dirección política de la Guerra de Independencia tras la caída de Martí- se disolvió el Partido, eliminándose de esa manera la unidad ideológica de la Revolución; se disolvió el propio Ejército Libertador, así como la Asamblea General de Representantes de la Revolución… y el nefasto resultado final que estos hechos provocaron lo conocemos más que de sobra.

Antonio Maceo cayó combatiendo el 7 de diciembre de 1896, en San Pedro, Punta Brava, junto a su lugarteniente Panchito Gómez Toro, hijo de Máximo Gómez. Su cuerpo siempre fue un lienzo pintado de heridas -no es extraño, pues, que se le conociera con el sobrenombre de Titán de Bronce- . A lo largo de su heroico batallar por los campos rebeldes de Cuba registró nada más y nada menos que 26; la primera de ellas el 16 de enero de 1869, y la última el día de su ya mencionada caída en combate. Aunque, en realidad, hubo una herida más: la provocada a su busto del aeropuerto internacional Antonio Maceo de Santiago de Cuba, en el ataque aéreo del 15 de abril de 1961 realizado por los mercenarios del imperio, preámbulo a la invasión de Playa Larga y Playa Girón que las milicias y el Ejército Rebelde se encargaron de liquidar en menos de 72 horas.

Antonio Maceo Grajales nació hoy hace 166 años, y murió con 51 hace algo más de 115. Pero en Cuba revolucionaria sigue estando vivo; a lomos de su Panchita nunca dejará de galopar en los agradecidos corazones de todos los cubanos, en los campos y ciudades de toda la Isla.

Nota:

[1]  Prácticamente, toda la familia Maceo-Grajales estuvo involucrada en las guerras por la independencia de Cuba. Es por eso que, con tanto merecimiento, figuran entre los héroes de la nación cubana. Marcos Maceo, el padre y con el grado de Sargento, ofrendó su vida el 14 de mayo de 1869 en el combate de San Agustín de Aguarás. Rafael Maceo se incorporó a la Guerra de los Diez Años (1868-1878)  con 18 años. También participó en la Guerra Chiquita (1879-1881). En ésta fue herido, y hecho prisionero -con los grados de General de Brigada- lo deportaron a España, donde falleció el 2 de mayo de 1882. Miguel Maceo tenía 16 años cuando se incorporó a la guerra. Obtuvo los grados de Teniente Coronel y, siendo uno de los hermanos más temerarios, además de un excelente tirador, cayó combatiendo en Cascorro, el 17 de mayo de 1874. Julio Maceo tenía 14 años recién cumplidos cuando se sumó al Ejército Libertador; dos años después, el 12 de diciembre de 1870 y con los grados de Subteniente, perdió la vida en el combate de Nuevo Mundo. Justo Regüeiferos Grajales, capitán abanderado de las tropas mambisas, fue apresado y fusilado por los colonialistas españoles. De Fermín Regüeiferos Grajales se sabe que se incorporó a la lucha armada, y que cayó combatiendo en el transcurso de la misma. Felipe Regüeiferos Grajales, el mayor de todos los hermanos, combatió durante la Guerra Chiquita (1879-1881), y fue deportado a España junto a sus hermanos José y Rafael. Pudo regresar a Cuba en 1886, donde murió en 1901. Estos tres últimos hermanos de Antonio Maceo eran hijos de Mariana Grajales frutos de su primer matrimonio; es por eso que Maceo no era su primer apellido. Marcos Maceo, hijo,era un niño de ocho años cuando se inició la Guerra de los Diez Años (1868-1878), de modo que creció en la manigua. A él se dirigió su madre cuando Antonio Maceo estuvo herido de gravedad: “¡Y tú, empínate, porque ya es hora de que te vayas al campamento!”. Por supuesto que el muchacho se incorporó al Ejército mambí. Alcanzó los grados de Teniente, y murió el 19 de abril en la más absoluta miseria, como muchísimos patriotas que fueron despojados de la victoria por los imperialistas yanquis. Tomás Maceo era un niño todavía cuando estalló la guerra del 68, pero e incorporó a ella sin atrasos. Con los grados de Teniente Coronel fue herido en el combate de Pinar Redondo, e inválido se fue a Costa Rica, de donde regreso a Cuba en 1902, muriendo el 21 de enero de 1917. José Maceo murió el 5 de julio de 1896 en la Loma del Gato, Santiago de Cuba. José fue el único hermano que participó en las tres guerras por la independencia nacional.   Alcanzó el grado de  Mayor General de las tropas mambisas y, luego de que el Titán de Bronce marchara al frente de la invasión hacia Occidente, quedó al mando del Ejército de Oriente. Antonio llegó a decir de él que valía por cien hombres en la pelea. También las mujeres de la familia jugaron un papel muy importante en la lucha contra el poder español. Dominga y Baldomera Maceo, hermanas del Titán de Bronce, fueron activas luchadoras; Maria Cabrales, su mujer, colaboró como enfermera mambisa; y, finalmente, Mariana Grajales, la madre, también se adentró en la manigua y colaboró como enfermera. Nacida el 26 de junio de 1808, Mariana murió en Kingston, Jamaica, el 28 de noviembre de 1893, cuando sus hijos en el exilio se preparaban para reiniciar la Guerra Necesaria. José Martí escribió refiriéndose a ella: “Qué epopeya y misterio hay en esa humilde mujer”. Y al tener conocimiento de su muerte: “Es la mujer que más ha conmovido mi corazón”. Desde 1923, los restos de la Madre de la Patria –así se le reconoce hoy a Mariana Grajales en Cuba- reposan en el cementerio de Santa Ifigenia de su natal Santiago de Cuba.

Texto reeditado


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