No quise
levantarme de la cama
tras los habituales bostezos, pero
el dulce sueño, hace tiempo huido,
y el diario deber
con fuerza me empujaron
cayendo inevitablemente al lleno vacío.
Ni agua bendita encontré
para lavarme la cara.
Con los dedos de una hoguera
extinguida,
me peiné la memoria
y recordé la decadente
sonrisa de las flores asesinadas.
Ahora,
mucho hastío después,
aún permanezco apoyado
en el marco de la ventana
mirando sin ver
con los ojos vencidos, porque llueve
y no existen los paraguas,
porque diluvia
aunque no haya
nubes grises en el cielo.
Sí, sigue lloviendo.
Rápidamente crecen los ríos
y se desbordan. Ahogado
viaja el ser humano en sus aguas
camino del cementerio.
(Tomado del libro (Después de todo)
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