Ahora mismo
se clavan mis ojos
en las humedades del musgo
femenino,
martilleados
por las leves luces de los recuerdos
ya desordenados en el tiempo,
irrecuperables
algunos,
perdidos vete a saber dónde,
porque miro y no los veo,
porque tanto busco y no los encuentro.
¿Dónde
estarán, me pregunto,
y no lo sé es lo que me contesto
nada contento.
Por cierto,
a media noche, media noche
me queda todavía.
Y apoyo la cabeza
sobre una almohada
llena de peces rojos sin agua.
Mientras,
al ritmo que marcan mis propios
latidos,
un grifo cerrado
gotea nombres bonitos
de mujeres bonitas
que escribo
rápida y repetidamente en mi memoria
para que no se me olviden.
(Tomado del libro Después de todo)
Responder